miércoles, 25 de noviembre de 2009

Mateo 10,36-37.
He venido a poner al hijo en contra de su padre y a la hija en contra de su madre.
De suerte que los enemigos del hombre son los de su propia casa.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí,
y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.

Ser digno... vivir en la Dignidad... ser fiel a la Dignidad...
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Es un impulso aprendido en toda persona intentar ser fiel a otras personas (y viceversa), no sólo porque la sociedad moderna exige eso para establecer sólidos lazos hacia fuera (con el objetivo de que sean pistas por las que fluya el capital, independientemente de que sean o no sean "nidos del amor") sino básicamente porque una persona no puede ser fiel "a sí misma" ni por ello ser fiel a ninguna otra, pues en un mundo capitalista la primera fidelidad es a tener lo necesario (dinero) para sobrevivir. De ahí, a su vez, la depresión humana por no tener amor, se tenga mucho o poco dinero, y no vivir el amor es como la falta de agua, aire y luz para una planta. Esa fidelidad entre personas, sea entre padre e hijo o entre esposa y marido o entre "amigos", es inestable, pues las personas se basan en la mentalidad de que su "bienestar o buen estado de ánimo" depende de que las circunstancias muestren su lado positivo, pero tales circunstancias tienen su cruz correspondiente (en este caso, la infidelidad), considerada "un mal" penalizable (hombre imperfecto castigando su propia imperfección!), lo cual es la condición de la mujer y hombre dual para continuar su juego mortal para el alma y el cuerpo y el estancamiento de la evolución de la conciencia.
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Pero más allá de ser "un mal penalizable", la infidelidad es, precisamente, La Gran Lección para reflexionar, y la reflexión es la llave a la liberación y a la auténtica fidelidad espiritual ("es digno de mí"). La existencia de conflictos personales precisamente nacen en los grupos familiares empezando por sus propios engendradores: sacerdotes, jueces... y por supuesto maridos y esposas de los cuales un porcentaje terminan siendo infieles a sus esposas y maridos llegando a mantener relación con otras mujeres y otros hombres. El hombre, siendo el Dios que imagina, y organizando su propio sistema en todos los ámbitos, genera su propia contrariedad, su propio demonio, el cual es, precisamente, la gran bendición que el hombre, cegado en su sueño de perfeccionismo, no capta. La unión religiosa, por ejemplo, no es divina, pues de serlo, no la separaría ni la muerte, si es que antes no las separan las propias personas. Además de esto, la propia organización religiosa (de cualquier tendencia) que "organiza" las relaciones mujer-hombre tiene como lema que "todos son hermanos", así que desde este lema un hermano (que hace el papel de "padre y sacerdote") casa a dos hermanos (que hacen el papel de "hombre" y "mujer"), acto que la propia organización religiosa considera sacrilegio a nivel familiar. Nada de esto es posible sin... dinero, de modo que realmente todo ello es parte de un gran negocio.
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En ese juego incontrolable de personas que responden a un Programa pretendiendo controlar los impulsos animales, deseos (caprichos) e intereses en mitad de una urgencia por sobrevivir antes de morir, todos son infieles a algo que han olvidado: la Dignidad, y por eso quien regresa a la fidelidad a ella "es digno de mí".
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El que me ama a mí más que a su padre o a su madre, es digno de mí,
y el que me ama a mí más que a su hijo o a su hija, es digno de mí.
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La víctima inocente de la guerra consciente e inconsciente entre seres que no son hermanos -y por ello no cometen ningún pecado al casar ni al casarse- no es ninguna persona (ni mujer ni hombre ni hijo destinados a la muerte) sino la vida: sentimientos, emociones, organismo... que son inocentes porque no tienen voz para defenderse ni para llamar a Cristo para que les salve del hombre animal racional, pues eso supondría que Cristo tendría hacer como el hombre: tratar de imponer su voluntad y negar la del hombre para echar a éste del templo químico, emocional y biológico de la vida: el cuerpo y el planeta.
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He venido a poner al hijo en contra de su padre y a la hija en contra de su madre.
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Son evidentes los lazos emocionales que se crean en las relaciones humanas, tanto en los grupos familiares como en los grupos de amigos. Son tan evidentes como su inestabilidad y como la dependencia de ellos. Todo lazo es establecido por las propias personas en un momento determinado, de modo que está destinado a romperse en otro momento: en un des-enlace, lo cual es la bendita lección de las "malditas/benditas" relaciones humanas. La necesidad de establecer lazos emocionales procede de un sentimiento de aislamiento debido a estar inconsciente (como el que ha recibido un golpe y ha perdido el conocimiento) y ausente de la Presencia que teóricamente es eterna y no es "Ausencia". Así, en constante (por eterna) comunicación -la Alianza- no es necesario establecer lazos ni enlaces ni alianzas -sean conyugales, parentales, marentales, hermanales o estratégicas- con personas... que ni siquiera pueden estar presentes a lo largo/corto de la "vida" temporal o del lapsus de comunicación con la Presencia en Mi Presencia: "Yo soy la verdad".

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